1. Introducción
Las distintas
formas de discriminación que aquejan al mundo en general y entre Norte y Sur en
particular, bajo el paraguas de la colonialidad del poder parecen estar
presentes en todos los ámbitos de las relaciones humanas donde se establecen
jerarquías en base a la percepción individual que se tiene del “otro” o de la
“otra” como diferente, pero además como inferior. En tal sentido, Katrin
Kasischke (2008:1) señala que “Todas las sociedades humanas establecen
separaciones y jerarquías sobre la base de ciertas categorías. Las categorías
de sexo y edad son universales y, en este sentido, primarias. La teoría social
plantea varios argumentos acerca de la “racionalidad” de los sistemas de
diferenciación social y Anderson (1996:89) propone tres criterios de
diferenciación: el género, la raza y la etnicidad”. Si bien estoy de acuerdo
con la existencia de estos criterios de diferenciación, se pueden añadir otros
como la clase, la nacionalidad, la posesión de capital cultural, el grado
académico y la pertenencia a redes de relación, por ejemplo del ámbito
geográfico de realización de estudios respecto a su pertenencia al Norte o al Sur[1].
A pesar de que “La
prohibición de la discriminación por motivos de raza, color, sexo, idioma,
religión, opinión política o de otra índole, origen nacional o social,
propiedad, nacimiento u otra condición está contenida en todos los tratados de
derechos humanos de la ONU”
(ACNUR, 2009: 6), éste precepto parece ser un “saludo a la bandera” a la hora
de observar el tipo de relaciones humanas desiguales imperantes en un mundo en
el que la posesión de ciertos atributos, formación educativa y capital cultural
de unos/as tienen más valor simbólico que de otros/as de acuerdo al modelo
instituido hegemónicamente como indica Gil Hernández (2010:3) “El efecto
acumulativo también puede darse de manera positiva. Cuando se contrarrestan atributos
negativos con capitales culturales y económicos. Es decir, algunos sujetos por ejemplo, tienen más recursos para no ser
discriminados o para tomar medidas en contra de la discriminación: un capital
cultural alto, una determinada posición de clase o una identidad de género
masculina, estar vinculado o no a redes o movimientos políticos”.
Precisamente,
uno de los espacios en los que se manifiesta con más fuerza la colonialidad del
poder entre otros, es la producción del conocimiento intelectual, pero no
solamente en lo que se refiere a la valoración de los saberes locales frente al
saber hegemónico occidental sino dentro del mismo modelo hegemónico de
conocimiento occidental perteneciente a la formación académica, por un lado
producido en el Norte y por el otro, producido en el Sur.
En tal
perspectiva, este trabajo pretende reflexionar sobre aquellas actitudes de
discriminación y colonialidad presentes en los círculos de producción académica
en ciencias sociales, en los que los/las intelectuales se relacionan
jerárquicamente de acuerdo a su posición en ventaja o desventaja según las
categorías nombradas, que los/las legitiman en posiciones de poder.
2. La interseccionalidad como instrumento de
análisis
Las diferentes
categorías que establecen jerarquías entre las personas hacen que “(…) la gente
viva identidades múltiples, formadas por varias capas, que se derivan de las
relaciones sociales, la historia y la operación de las estructuras de poder.
Las personas pertenecen a más de una comunidad a la vez y pueden experimentar
opresiones y privilegios de manera simultánea” (Crenshaw, 2002:2). En este
marco, “El análisis interseccional tiene como objetivo revelar las variadas
identidades, exponer los diferentes tipos de discriminación y desventaja que se
dan como consecuencia de la combinación de identidades” (Ibid.).
Como se señala
líneas arriba, el presente trabajo pretende exponer cómo se superponen o cruzan
las categorías de género, nacionalidad, edad, grado académico y pertenencia a
redes, en el quehacer académico cotidiano, vale decir: producción académica
escrita, realización de seminarios, defensas de tesis, evaluaciones y acceso a
puestos de trabajo.
Los datos en los
que se ha basado este análisis corresponden a experiencia propia, observación y
conocimiento de hechos que atañen a la problemática de interés.
3. El valor de algo según quién lo dice,
cuando y desde dónde lo dice
Aunque la
mayoría de los/las intelectuales de ciencias sociales nos consideramos como
luchadores/as por la defensa de los derechos de otros grupos humanos que sufren
vulnerabilidad, no por ello estamos al margen de entablar relaciones entre
pares muchas veces desiguales y que conllevan discriminaciones, la mayor parte
de ellas, encubiertas. En este sentido, Tomei (2003:442) señala que “La
discriminación puede ser directa o indirecta. Es directa cuando hay normas y
prácticas que, de manera expresa, excluyen o dan preferencia a determinadas
personas sólo porque pertenecen a tal o cual colectivo”.
En 2008 me
invitaron a participar, por méritos pero también en forma inesperada, de un
seminario (máximo de 12 personas) de antropología donde estarían algunas
intelectuales consideradas “vacas sagradas”, organizado por un antropólogo
anglosajón (varón) del Norte muy conocido, que se realizó en Londres. En dicho
evento también participaban puras cientistas sociales mujeres tanto del Norte
como del Sur, lo que, para empezar denotaba la predominancia del intelectual
varón por haber organizado el evento, pero por número, la predominancia académica
femenina que no dejaba de llamar la atención.
Entre las del Norte
la mayoría eran inglesas, una escocesa y una alemana; y entre las del Sur el
grupo mayoritario era de mujeres mexicanas, una peruana y dos bolivianas (una
de ellas, yo). Desde el principio se notaba que las mexicanas eran el grupo
dominante, quienes, en otras palabras “se mandaban la parte”, el antropólogo
inglés se dejaba llevar por ellas y el resto nos adecuábamos a lo ya
instituido.
Cada quien iba
exponiendo su tema, sin embargo algo que me llamó la atención fue que siendo un
ámbito académico (una universidad) es que casi nadie exponía la perspectiva
teórica desde la cual estaba abordando su estudio, más parecía tratarse de
definirse en una determinada posición política de “compromiso” con sus grupos
sociales de estudio. Al respecto, Alison Spedding (2006:189) claramente señala
que “La mayoría de aquellos investigadores que escriben en la lengua imperial
aseveran estar a favor de las masas oprimidas, las etnias discriminadas y los
habitantes pobres del Sur, quienes, paradójicamente, jamás podrán leer esos
textos que abogan por su liberación”.
Un primer hecho
que pude observar fue que, cuando expuso el antropólogo, las mexicanas y
algunas inglesas, se les prestaba toda la atención pero cuando, por ejemplo
expuso la escocesa (que obviamente no se la valora como a una inglesa), quien
además era muy joven, las mexicanas salían y entraban del recinto con una total
falta de respeto y como si no fuera importante lo que estaba diciendo. Aquí
claramente se puede definir una discriminación por nacionalidad y por edad.
Un segundo
acontecimiento que, esta vez, me ocurrió a mí fue que en la ponencia que
presenté, concluía que la identidad era muy movible y sobre todo era simbólica
porque cuando los/las indígenas migraban del campo a la ciudad terminaban
occidentalizándose[2] y, de cierta forma,
negando su origen indígena. Esta posición fue muy apreciada por la antropóloga
inglesa Olivia Harris que ya falleció, quien me dijo que había “hilado fino”,
sin embargo el antropólogo inglés me miró con ojos de incredulidad y me
preguntó en tono de sorna y como si yo estuviera afirmando una barbaridad: “O
sea que estás diciendo que Evo ya no es indígena????” siendo que él mismo
indica lo siguiente en uno de sus textos, curiosamente el mismo año que se efectuó
el seminario: “Evo en su vida personal y propios comentarios se conforma mucho
más a un modelo convencional de masculinidad metropolitana que al más
predominante en las comunidades indias rurales de las que es originario y donde
recibió la mayor parte del apoyo. O sea que aun si la blancura hegemónica ha
sido derrocada, la masculinidad mestizo-criolla parece haber no sólo
permanecido sin cuestionamiento, sino aun encarnada por el presidente.”
(Canessa, 2008:89) o cuando hace la siguiente afirmación: “En pocas palabras,
desde la perspectiva de muchos indígenas, Evo, con sus numerosas amantes e
hijos ilegítimos, se comporta como un mestizo” (Ibid.: 98). A decir del mismo
autor, la razón de aspirar a esta “blancura” parece ir más allá de asuntos de
raza y ascenso social, “se trata también de la forma en que se construye y expresa
el deseo” (Ibid.: 80).
Al reflexionar
sobre este comportamiento sólo puedo imaginar que se trata de una actitud de
sorpresa que una “poco conocida” socióloga como yo y además boliviana[3] sustente
algo así y sea crítica con el discurso político ideológico del “proceso de
cambio” y con lo que sucede en la realidad boliviana. En esta perspectiva se
trataría de una discriminación por pertenencia a redes, por posición política y
por nacionalidad que, en última instancia tienen que ver con el acceso al poder
y con la colonialidad. Al respecto se señala que “El centro del poder en la
teoría de la interseccionalidad puede estar conectado a mecanismos de exclusión
e inclusión en la noción Focaultiana del poder” (McCall, 2005; Lykke, 2005. En:
Knudsen, 2007: 67. Traducción propia).
Por su parte,
las mexicanas, en quienes se notaba que existía una gran admiración por el
“proceso de cambio” que está viviendo Bolivia a partir del arribo de Evo Morales
a la presidencia, reaccionaron, poco más, que espantadas de mis afirmaciones.
En ese momento hicieron críticas bastante subjetivas para mi gusto, pero eso no
fue nada en relación a lo que ocurrió esa noche en un espacio de recreación
informal. Estábamos reunidos/as la mayoría de los/las participantes del
seminario tomando unos tragos, cuando una de las mexicanas me pregunta quién
soy yo y cuál es mi grado académico, yo le cuento que estaba terminando la
maestría, entonces empieza a reírse y me agrede directamente y me dice: “Con
razón…, lo que dijiste, viene de una maestrante, sólo eres una maestrante
(todos/as ellas eran doctoras/es o doctorantes)” y siguió atacándome sin ningún
fundamento académico sino con mucha agresividad, como si yo le hubiera molestado
en forma personal. Ahí yo me puse seria y le dije que respete mi análisis y mi
derecho a pensar diferente si se basaba en una observación exhaustiva y de
muchos años, y que ni ella ni nadie me obligarían a pensar como ella o a tomar
una posición equivocada, ante todo académica y no política. El resto de las
“intelectuales” mexicanas, en apoyo a la agresora decidieron hacerme a un lado.
Esta actitud me
sorprendió y me indignó, por ello la relato aquí ya que se trata de una
discriminación intragenérica, por grado académico, por redes de pertenencia y
también por nacionalidad, de una mexicana (Norte) a una boliviana (Sur), es
decir dentro del mismo contexto latinoamericano, en el que existe predominancia
de algunos países que también caen en actitudes colonialistas frente a los
países considerados “atrasados” desde el punto de vista capitalista y de la
modernidad (que atañe también a la
Academia) como Bolivia y por ende a sus intelectuales[4],
cumpliéndose así la irremediable discriminación de Norte a Sur por más lazos
latinoamericanistas existentes. En esta perspectiva se cumple que “Si bien es
cierto que todas las mujeres están, en cierto modo, sujetas a las cargas de la
discriminación de género, también es cierto que otros factores relacionados con
las identidades sociales de las mujeres como la clase, casta, raza, color,
etnia, religión, origen nacional y orientación sexual son “diferencias que
marcan la diferencia” en la manera en que los diversos grupos de mujeres
experimentan la discriminación” (La
Barbera, 2010: 65).
Por último,
terminaron sacándome de dicho grupo de supuesta reflexión “teórica” puesto que
al año siguiente se llevaría otro encuentro en México, pero como yo “no me
encontraba a su altura” y había dicho “cosas inconvenientes políticamente” ya
no me invitaron.
Otro hecho de
discriminación sufrida por mi persona cuando defendí mi tesis de licenciatura
tuvo que ver con una docente inglesa que fue mi tribunal y que es muy conocida
en el espacio boliviano de ciencias sociales. Quiero resaltar que de ninguna
manera me refiero a las críticas académicas bien sustentadas sino a la falta de
respeto y al maltrato con los que se trata al “otro/otra”. Cuando terminé la
defensa y ya recibí la nota de aprobación y demás asuntos oficiales, se me
acerca esta docente y me dice en una actitud incrédula y con malicia: “Seguro
que para hacer el trabajo de campo te has debido colar (arrimar) a una ONG
porque por sí solos (los/las estudiantes) no consiguen sacar datos…, eso
siempre hacen, si no, no conseguirían información”. Le atribuyo este comentario
a que, puesto que el tema de mi tesis era un tema indígena bastante conocido:
la “Historia de los Amawt´as celebrantes del Solsticio en Tiwanaku”, le causaba
sorpresa cómo yo, una mestiza boliviana y además sola había podido acceder a
esa información y entablar lazos con aquellos comunarios tan famosos por la
celebración del evento. Supongo que en el imaginario simbólico tanto de
colonizadores/as como colonizados/as predomina el o la gringa del Norte que
accede a datos respaldado/a por sus respectivas redes académicas y la
incapacidad del/la estudiante local para una óptima investigación.
No contenta con
eso, como yo defendí la tesis encontrándome en una mediana edad y no siendo una
jovencita, me dice: “Más vale sacar el título antes que te den tu Bono Sol[5]”.
Es decir, que a
la discriminación colonial de la “gringa” que viene a enseñar a los/las “pobres
bolivianitos/as”, se suma la de la edad, además de esa falta de sororidad de
género existente entre una mujer blanca del Norte con una mestiza del Sur, (posiblemente
esta situación hubiera sido otra si en vez de una mestiza se trataba de una
indígena aunque esto es especulable).
Por su parte,
dicha docente cuenta su propia experiencia de discriminación en el ámbito
académico paceño: “Lejos de los circuitos académicos universitarios e
internacionales, en las conferencias sobre temas de “cosmovisión andina” y
similares que se organizan con cierta frecuencia en La Paz, hay una tendencia a
rechazar las críticas si éstas vienen de personas que no han nacido en Bolivia
ni evidencian rasgos “amerindios” en sus caras” (Spedding, 2006: 190). Esto
demuestra que de acuerdo a la situación en la que se encuentra cada persona
puede ser el “yo” poseedor de poder y al mismo tiempo ser el “otro”
discriminado, identidad que se transforma de acuerdo al tiempo y al espacio,
sin embargo parece predominar con bastante mayor intensidad y fuerza la exclusión
que se ejerce de Norte a Sur desde una lógica colonialista.
Otra situación a destacar es que
los/las investigadoras del Norte hacen poca o ninguna referencia a trabajos
escritos por los/las investigadoras del Sur como afirma la propia Alison
Spedding (2006:189) que incluso le sucede a ella por haberse desligado de los
círculos academicistas del Norte: “(…) el Nortecentrismo subyacente, incluso en
la ubicación de sus enunciadores reconocidos (…), lo que no encuentro es una
referencia a quienes como yo han dado la espalda al Norte para asentarse en el Sur”.
Es de imaginarse, que si esto pasa con una inglesa que se ha asentado en el Sur,
los trabajos producidos en esta área por intelectuales locales para el caso de
Bolivia, tienen poca o ninguna relevancia para los/as intelectuales nortecentristas
como la misma autora indica “Por experiencia propia en Inglaterra, sé que en el
Norte las publicaciones en castellano no tienen valor para los currículos
académicos (…) Mientras tanto, quienes escriben en castellano y publican en
editoriales nacionales, en pequeños y mal distribuidos tirajes, quedan fuera de
competencia” (Spedding, 2006:188-189). Al respecto, también resulta paradójico que
los/las intelectuales del Sur nos basemos primordialmente en trabajos escritos
producidos en el Norte reforzando así, nuestra mirada colonial por más que el
esfuerzo analítico pretenda demostrar un compromiso reivindicativo con grupos
sociales discriminados del Sur. Basta con repasar las referencias
bibliográficas de este trabajo.
En este sentido,
otro hecho suscitado con la misma docente que refuerza la actitud de ignorar al
“otro/a”, al parecer, de forma premeditada ocurrió cuando yo le presenté mi
perfil de tesis (con mi nombre) para que me dé sugerencias, entonces me hace la
crítica de que mis datos estaban desactualizados, pero al mismo tiempo me
sugiere que revise un trabajo de la misma época y directamente relacionado con
mi tema, sin embargo lo más chocante fue que yo era co-autora de dicho trabajo.
Francamente esto ya cayó en una situación hasta risible.
Así, lo que
ellos/as señalan en sus estudios resulta ser el “gran descubrimiento” cuando
ellos/as lo dicen, desde donde lo dicen y por qué lo dicen, a pesar de que
antes ya lo hayan podido enunciar los/las intelectuales del Sur; como
posiblemente sucedió con mi afirmación de que “los indígenas a la larga se
occidentalizan” que suscitó el hecho con el antropólogo inglés antes señalado.
Esta actitud denota claramente una discriminación de los/las intelectuales del
Norte hacia los/las del Sur, basada en la dominación colonial por parte de una
nación a otra, que va paralela a la hegemonía del poder en cuanto a la posesión
de una determinada formación educativa académica, de un capital cultural y de
producción de conocimiento.
En tal sentido,
un segundo aspecto a destacar que acontece a veces es la persistente actitud
colonial, especialmente de los/las antropólogas[6] del Norte
(principalmente ingleses/as) respecto a las poblaciones indígenas del Sur
cuando se dirigen a ellas como si estuvieran bajo la mira del microscopio desde
la cual se observa su comportamiento[7], pero
además refiriéndose a ellas con un aire de superioridad, desde quien “sabe”
frente a quien “no sabe” o “no se da cuenta” o en su defecto “se da cuenta”,
como parece sugerir la siguiente afirmación: “(…), las líderes indígenas están
plenamente conscientes[8] de la
política que está en el meollo de su posición como ciudadanas con connotación
de género, racial, sexual, es decir, como seres sexuales incrustados en
comunidades etnorraciales específicas” (Radcliffe, 2008:128).
4. A modo de conclusión
Como se ha visto
en los ejemplos citados para el espacio de la Academia de Ciencias Sociales,
este no es un contexto libre de las relaciones coloniales entre Norte y Sur. En
este marco es pertinente hacer referencia a la siguiente cita: “Hoy la
diferencia cultural, la multiculturalidad que parece ser un avance, sigue
manteniendo relaciones de poder colonialistas. Las y los que se consideran el
“otro”, la “otra” se naturaliza, se homogeniza, en función de un modelo
modernizador para dar continuidad al control no solo de territorios, sino de
saberes, cuerpos, producciones, imaginarios y todo ello basado en una visión
patriarcal en donde los saberes de las mujeres son relegados a meros
testimonios, no aptos para la producción académica” (Curiel, 2008: 51). Al
respecto, si bien el tema de género no se hace muy visible en el trabajo, no se
debe olvidar que dentro de todo ese entramado de relaciones de discriminación
colonial basado en categorías como nacionalidad, redes de pertenencia y grado
académico, las oportunidades y la valoración en cuanto a producción de
conocimiento no son las mismas para todas las mujeres académicas. En otras
palabras, no es lo mismo ser una académica inglesa que una mexicana, peruana o boliviana,
e incluso que una escocesa como se vio anteriormente. En tal sentido, se puede
señalar que “La mujer blanca (…), entiende poco o no entiende la supremacía
blanca en la política racial del impacto psicológico de clase, de su estatus
político con un estado racista, sexista y capitalista” (Hooks, 1984:246.
Traducción propia), aunque para puntualizar mejor, en realidad, no se trata
sólo de la mujer blanca como superior al resto, sino de un colonialismo a
escalas, en el que si bien la mujer blanca se encuentra en la cúspide, el
segundo nivel, que puede ser la mestiza se encuentra por sobre la indígena o la
negra, sin embargo, por ejemplo, entre las mestizas existen niveles propios,
reiterando la supremacía de unas sobre otras.
Empero, el
énfasis de la anterior reflexión está en la presencia de las relaciones
colonialistas de poder en la actualidad, posiblemente de forma más sutil o
directa pero siempre vigentes que, como se vio, no siempre se refieren a las
categorías más conocidas como son la raza, el género o la etnicidad, sino, para
este caso, de nacionalidad (bajo la jerarquía del Norte sobre el Sur), de
producción de saberes, de nivel de grado académico, de formación académica y
posesión de capital cultural, y de pertenencia a redes de poder; además, intragenéricas.
De este modo, “La naturaleza deja de ser
la base estable sobre la cual se alzan las construcciones culturales, y se
convierte en algo también construido, aunque en muchos sentidos siempre ha sido
así, aun en Occidente (Wade, 2002. En: Wade, 2008: 55), y más bien yo afirmaría
“sobre todo en Occidente”.
Sin el modelo
metodológico de la interseccionalidad, esta percepción múltiple no sería
posible ni el análisis “fino” de los distintos factores que influyen y se
articulan entre sí, produciendo una discriminación en el mejor de los casos,
doble y en el peor, múltiple en un mismo contexto.
[1] Me
refiero a que, simbólicamente no es lo mismo estudiar en un país del Norte que
en uno del Sur o dentro del territorio latinoamericano, por ejemplo para el
mundo académico boliviano no tiene el mismo significado simbólico académico
estudiar en México que también se encuentra en el Norte, que en Bolivia aunque
la formación académica boliviana sea de un alto nivel.
[2]
Prefiero denominar así lo que otros/as llaman un proceso de blanqueamiento ya
que el hecho de occidentalizarse incluye también a los/las mestizas y los/las
criollas, quienes asumen el modelo occidental moderno.
[3] A
veces hay que ser ingles/a o gringo/a para afirmar y darle legitimidad a algo,
más aún ahora que está de moda reivindicar todo lo indígena y no hablar mal de
ello, pero que en un espacio académico considerado de lo más “serio” por ser
anglosajón, deja mucho que desear cuando se supone que se debe buscar la
objetividad de la situación y no parcializarse con una posición política como
sucedió en esta ocasión.
[4] Al
respecto, se debe destacar que no sólo conllevan patrones de colonialidad
algunos/as intelectuales de una nación más grande como México hacia los/las
intelectuales de un país pequeño como Bolivia dentro del mismo contexto
latinoamericano, sino que algunos/as de los propios intelectuales bolivianos/as
que estudian en otros países, ya sea del Norte o del Sur discriminan a los/las
académicas bolivianas que han estudiado en el país de origen, creando las
llamadas “roscas” (redes cerradas) que mayormente se manifiestan en el acceso
al trabajo, sobre todo, en ámbitos académicos.
[5] Se
trata de un bono económico instituido en Bolivia que se otorga a la gente de la
tercera edad.
[6] Me
imagino que esto se debe a su peculiar formación académica desde tiempos
coloniales referido al imaginario de las culturas y pueblos del Sur que se
tiene en el Norte, es decir, descubrir sus “raros” comportamientos y su
“exotismo” tan extraños para el mundo occidental, repartiéndose las distintas
áreas geográficas del sur para su estudio, como si el mundo fuera un pañuelo.
[7] No
niego que esta es una tendencia de todos y todas las cientistas sociales, sin
embargo creo que en los últimos tiempos, esta manera de relacionarse con el
otro/a ha ido adquiriendo un cariz más horizontal, sobre todo en los estudios
del Sur o realizados por los propios intelectuales indígenas.
[8] El subrayado es propio.